Cecilia Alfaro Gómez
Catedrática, CECC
Localizado en: De Tallin a Dili. Los Códigos Culturales en Asia y Europa. Memoria electrónica 2016, CECC, 2017. (MEMORIA ELECTRÓNICO)
Si
lo pensamos a gran escala, este fenómeno se percibe de forma explícita en los
dos hemisferios del planeta, al momento de hablar de la división entre
occidentales y orientales en todo el sentido del término. Y nos hemos dejado de
preguntar ¿con qué ojos suelen ver el mundo estos grupos?, ¿por qué existen
diferencias entre ellos?, o bien, ¿qué los hace tan distintos? Es posible que
no lo lleguemos a imaginar, pero la forma de ver, sentir y pensar también
depende de nuestras costumbres más añejas, de esas que no se aprenden en
familia sino en sociedad.
La
pregunta del millón estaría relacionada con el por qué nos comportamos como lo
hacemos. Miles de teorías me vienen a la cabeza al respecto, unas de corte
social, otras con mayor carga humanística y, finalmente, un porcentaje más
cientificistas. “Ser o no ser” he ahí la cuestión, y en mi más profundo
interior hablaría más bien del aprender. En efecto, el aprender que somos una
especie en constante cambio y que existen signos y símbolos culturales que nos
diferencian del resto, hace que el espectro en el que nos vemos inmersos
socialmente hablando, cada día sea más amplio, aún sin tener que ser explícito.
La
clave no existe, es la propia experiencia, como aprender a succionar un popote,
más bien la práctica hace al maestro. La Cultura es el motor de ese tipo de
endoculturación comunal, es la promotora del ser y el aprender en grupo, es la
propiciadora de los cambios humanos en materia social. Ahí es donde se
suscriben Oriente y Occidente, en ese confluir de ideas muy diferentes entre sí
y, al mismo tiempo, muy humanas, muy lógicas.
Mientras que
para algunos pueblos el avance es un hecho, lo traen escrito en las venas. Para
otros es un proceso inacabado, incluso, desconocido. Imaginar qué somos o qué
debiésemos ser se encuentra intrínsecamente ligado al papel que estemos jugando
como conglomerado. Por ese motivo nos preguntamos todo el tiempo acerca de las
diferencias de los opuestos. Esa visión egocentrista de Occidente rompe con el
colectivismo oriental, la religiosidad permeable de las fronteras entre lo que
fue Bizancio alguna vez, con su puerta en la enigmática Estambul y el
universalismo racional de la antigua Roma, con sus grandes conquistas
territoriales, se llegaron a tocar pero nunca se comprendieron. Los opuestos
que se separaron a lo largo de la historia de la humanidad y que construyeron
formas y modos de vida muy distintos, siguen sin entenderse.
Es por eso
que muchos autores, aún hoy en día, siguen cuestionándose al respecto. La forma
como Occidente interpreta a su opuesto, la manera como lo estereotipa, continúa
siendo una afrenta. ¿Cómo poder entender al otro cuando no estamos dispuestos a
hacerlo? En ese sentido Edward Said en el clásico Orientalismo afirma que la visión de Oriente es un sueño
occidental, es decir, una serie de estereotipos que han traspasado fronteras, se
han transmitido a lo largo de la historia brindando una visión negativa
respecto al Otro, al que es diferente e inexplicable en cierto contexto. Estos
modos de vida distintos no entran en el imaginario colectivo de su opuesto y,
por tanto, es reinterpretado bajo una imagen simplista, literaria e, incluso,
idílica. Por una parte, plena de velos y aromas exóticos y, por la otra,
colmada de miedo y extremismo. Volvemos entonces al temor clásico hacia la
barbarie, hacia la otredad desconocida que no tiene explicación en la mente
occidental y que entonces debe ser interpretada a través de lo conocido. Las
fronteras de los imperios la contuvieron cuando quiso penetrar sus muros para
luego ser criticada y vilipendiada escolásticamente, convirtiéndola en un
estigma a lo largo del medievo.
Siglos más
tarde, Federico Reyes Heroles habla de lo perdido y lo ganado, de los tiempos
alterados por los cambios tecnológicos, por el abandono del ser desde un punto
de vista existencialista. La pregunta sería si alguna vez esa entidad dejó de
ser cuestionada. Estoy casi segura de que eso es una mentira: la racionalidad
de este lado del charco puso siempre en duda la profunda espiritualidad del
otro. Lo intentó, de hecho Occidente lo sigue intentando día a día sin éxito,
tras un monoteísmo elaborado, casi perfectible que aún no entendemos del todo o
que no deseamos interiorizar. En cambio, nos sorprende que alguien pueda
sacrificarse por su fe, cometer miles de crímenes en su nombre, a lo cual le
llamamos fanatismo. Pero ¿qué otra forma de percibir el universo puede tener un
hombre culturalmente educado bajo preceptos ortodoxos?, ¿cómo podría moderar
sus pensamientos y acciones si lo trae en las venas? Es la única manera que
conoce para entender su entorno, la convierte entonces en un dogma de fe.
Si nos colocásemos
del otro lado de la cancha, tal vez nos asustaría la decadencia emocional de
Occidente, ese defender lo nuestro pasando por encima del otro, ese
despreocupado vivir sin ninguna meta fija en un mundo artificial, como bien lo narra
Christopher Lloyd en su capítulo “¿A qué bruja seguimos?”, donde se afirma que
el fin último del hombre en estos días es llegar a ser libre y feliz. En
algunos casos suena algo superficial esta idea, sobre todo sin preceptos
ideológicos claros que la sustenten. ¿Ese será el mundo Occidental o es la
forma cómo lo percibe Oriente? Ambos lados de la moneda se estereotipan, sin
embargo, en el caso oriental su principal preocupación es la imitación. Tratar
de vivir como el Otro. Hay una clara admiración-odio por Occidente. Reproduciendo
su estilo de vida sin llegar a perder sus costumbres. Algunos lo han logrado,
otros en cambio se han perdido en el camino. La fascinación por la vida de
ensueño, por el avance y el enriquecimiento se convierte en un anhelo para los
que poco tienen o viven bajo preceptos recalcitrantes. La libertad occidental
se convierte en la cereza del pastel, pero ¿a qué precio?
Ponerse de
acuerdo hasta el momento no ha sido factible, pero podríamos intentarlo. Para
nosotros ha resultado más fácil tratar de entenderlos a todos, sin juzgarlos, o
al menos eso hemos tratado de hacer a lo largo de este tomo: introducir a
Europa y a Asia empresas de origen mexicano. Oriente y Occidente resultan
nuestro objeto de estudio a lo largo de diez trabajos donde el hilo conductor
resultan ser las marcas más prestigiosas de nuestro país. De Tallin a Dili. Los códigos culturales de Asia y Europa. Memoria
Electrónica 2016, toca dos continentes y una serie de países con estilos de
vida muy particulares. Los cuales deben confluir con las formas del ser
mexicano, una tarea nada fácil.
¿Cómo
adaptar los modos de un país latinoamericano a los europeos o a los asiáticos?
Cada uno de estos trabajos tuvo su grado de dificultad: por un lado, por el
tipo de servicio o producto que se suelen ofrecer y, por el otro, debido a la
cantidad de diferencias culturales que subyacen al momento de querer
introducirse en un continente ajeno, con una visión muy distinta a lo que culturalmente
hablando solemos conocer. Ahora dejamos que el lector sea el que juzgue los
resultados obtenidos a lo largo de estos análisis, con eso nos daremos por bien
servidos.
Referencias
Córcoles Tendero, Jose E. (noviembre, 2013). “Oriente desde Occidente. Una
visión histórica”. Revista Digital
Sociedad de la Información, (13). Recuperado de: http://www.sociedadelainformacion.com
Fradier, Georges. (1960). Oriente y
Occidente. Hacia la comprensión mutua. Amsterdam: UNESCO.
Guénon, René. (2003). Oriente y
Occidente. México: José J. Olañeta Editor.
Reyes Heroles, Federico. (2012). Alterados.
Preguntas para el siglo XXI. México: Taurus.
Said,
Edward. (1979). Orientalism. Nueva
York: Vintage.